lunes, 16 de mayo de 2011

Un artículo de Manuel de Val - final

Esta última parte es la más extensa, obviamente por la inmediatez de la noticia. Las referencias al Ateneo Popular de Santander y a la Biblioteca Popular de Castro Urdiales constituyen el escenario en que el autor sitúa esta noticia:

Ahora le toca la vez al Ateneo Popular de Monte. Recién nacido en este pueblecillo vecino a la ciudad, ya conoce, como el de Castro, la enemistad del clero.

Al pueblo aun se le sigue considerando como menor de edad, en cuyas manos un libro tiene, al parecer, la misma terrible significación que una bomba. Hay seres empeñados en que no se le eduque si no es de una manera condicionada. Constituye un peligro el que su cerebro despierte por sí solo. Porque independientemente, sin tutores que regulen sus movimientos y detengan previsoramente su marcha, corre el riesgo de despertar del todo, Y un cerebro totalmente despierto es un cerebro en la plenitud de sus facultades, rebelde a todo sometimiento, libre.

El Ateneo Popular de Monte conoció, por nacer, la enemistad del cura. Desconocemos los motivos, Quizá porque no fue creado por él; quizá porque se escapa a su jurisdicción, porque rechaza su autoridad, por nadie ni por nada discutida hasta hoy.

Oigamos el caso de esta institución contado por uno de sus directivos:

«Nació el Ateneo, no con el propósito de resultar una ofensa para nadie, sino, por el contrario, con la idea de agrupar, de hermanar, al hombre de la única manera que ello es posible: ofreciéndole un cobijo neutral distanciado de toda ideología, independiente.

Pero sin saber el motivo, fue nuestra obra mal recibida por el cura, quien inició una campaña inexplicable encaminada a hundirla en el descrédito. Algún daño consiguió hacernos; peor no el que se propuso. Ya somos unos 110 socios, y seremos más… Los días de conferencias puede decirse que el Ateneo está constituido por el pueblo entero. Entonces están todos con nosotros, aunque algunos nos abandonen luego.

Nosotros hemos intentado desmentir esta injustificada campaña. Queríamos convencer al pueblo de que ningún propósito partidista nos guiaba, de que nuestro programa nos ordenaba un camino de tolerancia y de respeto a todo.

Para conseguirlo quisimos que, antes que otros, ocuparan nuestra tribuna el canónigo Sr, Caporredondo y el presbítero D. Jesús Carballo, que dirige el Museo de Prehistoria. La contestación que con toda cortesía nos dieron estos señores fue que acababan de recibir una orden del obispado retirándoles la autorización que tenían de hablar fuera de la iglesia.

Aún realizamos un último esfuerzo: enteramos al secretario del obispado de cuanto nos pasaba, y recibimos su promesa de atendernos, si resultara posible; pero, por lo visto, la posibilidad había de nacer del informe que recibiera del propio cura de Monte. Excuso decirle que no tardamos en recibir una carta en la que dicho secretario nos manifestaba su sentimiento por no podernos complacer.

Las clases del Ateneo también resultan incompatibles con la Iglesia. Nuestros alumnos, de seguir siéndolo, no podrán ir a misa.»

¿Para qué más? Son suficientes detalles para que el lector juzque.

lunes, 9 de mayo de 2011

Un artículo de Manuel de Val - 2


La segunda parte del artículo de Manuel de Val se refiere a la Biblioteca Popular de Castro Urdiales, que contó desde el primer momento con la colaboración estrecha del Ateneo Popular de Santander y con la oposición abierta del cura del pueblo.

Hace poco más de un año nació en la vecina ciudad de Castro Urdiales una Biblioteca popular.

En sus primeros momentos de desarrollo aquella entidad conoció los mismos peligros que ya había conocido la nuestra. Pero su enemigo había ocupado para el ataque un puesto visible, Era el clero, con figuras que se colocaron tan en descubierto como el presbítero D. Patricio Zarandona.

No era suficiente, al parecer, el que la Biblioteca hubiese podido pasar sus estatutos por la criba más exigente que se ideó durante la última época pretoriana, tan característica por sus ataques a la independencia de la cultura.

Era necesaria –así había que suponer- la intervención de la censura eclesiástica, aún en aquello que pretendía nacer alejado del confesionalismo.

Hasta la tolerancia, que es el camino más recto que existe hacia la paz, había de estar sujeta –única manera de perder su virtualidad- a una fiscalización de sacristía.

Aquella pretensión dio lugar a que los creadores de la obra fijaran públicamente su posición y su criterio: defendía la universalidad de la cultura.

No les importaba tampoco el que, en contraposición, como un giro partidista enfrentado con aquella amplitud de opinión, naciera otra biblioteca exclusivamente católica. Ni rechazaban los libros de esta religión, que con gusto haría figurar en sus anaqueles, sostenidos por su eclecticismo admirable.

La obra, no obstante, creció como la nuestra, sin torcer su orientación primitiva.



lunes, 2 de mayo de 2011

Un artículo de Manuel de Val - 1


Manuel de Val publicaba regularmente artículos en Madrid. Su hijo Manuel tuvo la amabilidad, hace ya tiempo, de enviarme una amplica colección de ellos. Uno de los no se encontraban entre aquellos y que ahora se puede consultar en la Hemeroteca Digital de la Biblioteca Nacional es el que comienzo a reproducir en esta entrada, pero que por su extensión se completará en las dos siguientes siguiendo su estructura. En él se denunciaba la persecución que padecían las instituciones populares, que pretendían poner la cultura al alcance del pueblo sin la intervención de élites y oligarquías, y refiere tres ejemplos.

“La Libertad en Santander”

LA CULTURA DEL PUEBLO Y SUS ENEMIGOS

Hace cinco años aproximadamente nació el Ateneo Popular de Santander. Un puñado de hombres tuvimos el valor de abrir sus puertas, cuando huracán de calumnias e injusticias caía violentamente sobre aquella modesta idea, recién cuajada al calor de nuestros entusiasmos.

Los empujones de la injusticia siguieron en su empeño de ahogar la vida, débil, recién nacida, de la Sociedad.

Eran aquellos los momentos propicios a la torpe maniobra. Carecíamos de historia con que desmentir tanta conjetura, nacida con el propósito de desacreditar nuestra vida futura. Y éramos pocos, muy pocos, y muy modesta nuestra calidad social para apelar a otros medios de defensa, que además eran repudiados por nuestra dignidad.

Sin rectificar nuestros propósitos –preferíamos caer en las sombras espesas de la calumnia antes que sumirnos en la indignidad dando un giro acomodaticio a la idea que nos había agrupado- sin torcer nuestros propósitos, desplegamos públicamente nuestro programa en actos que se celebraron con la cooperación de algunos intelectuales de talla. El prestigio de ellos, puesto a nuestro servicio, fue como una coraza sobre la que rebotó, por últimas veces, la calumnia, sin lograr herirnos.

La escaramuza se había decidido a nuestro favor.

El enemigo, encubierto siempre, buscaba nuevas sombras en que pasar inadvertido en el fracaso.

El progreso del Ateneo Popular era rápido, irremediable,

Al pueblo no se le pudo «desgraciadamente», contener. Iba, lleno de entusiasmos, a ensayar una nueva vida, a intentar sacudir tantas cosas «fatales» que venían gravitando sobre sus hombros como una carga insostenible. ¡Se iba a educar!

Hoy, quinientos alumnos y centenares de hombres que reciben los beneficios del Ateneo en su salón de actos o en su biblioteca, hacen la propaganda suficiente para que la insidia no pueda renacer,

La obra está hecha, «irremediablemente hecha», para los que quisieron evitarla.