miércoles, 5 de agosto de 2020

RECUERDO DE ANTONIO MEDIAVILLA VELO

Bruno Alonso y Antonio Mediavilla
en Ciudad de México, el 21 de marzo de 1962

 

El pasado día 30 de junio ha fallecido en Ciudad de México el santanderino Antonio Mediavilla Velo, probablemente el más longevo de los cántabros que se armaron en defensa de la República el día 18 de julio de 1936. Contaba entonces 17 años —había nacido el 8 de diciembre de 1918—y militaba en la organización juvenil Pioneros Rojos, así que no lo dudó un instante. Lo cuenta en sus memorias: «Mariano Juez me encomendó que fuera a incautar Radio Santander. En ese momento comprendí que se me encargaba la tarea más importante de mi vida, que estaba a punto de hacer algo que podía ser decisivo para la que se avecinaba. Y solo, sin medir la situación, salí para la calle del Puente y apretando la pistola en mi bolsillo entré en los locales de Radio Santander dispuesto a cumplir la misión encomendada». La orden de Juez resultó premonitoria ya que desde ese momento estuvo siempre relacionado con las trasmisiones durante la guerra. Vivió en primera persona las batallas más decisivas y ya en la retirada, en la provincia de Tarragona, fue herido y evacuado en ambulancia a Francia, por Figueres hasta Le Perthus, donde comenzó su exilio.

Tras más de un año en tierras de Francia, el 16 de mayo de 1940 llegó a la República Dominicana, en la que, como la mayor parte de los republicanos españoles que allí llegaron, solo fue una escala de su exilio. Escala que concluiría cuatro años después al desembarcar el 13 de julio de 1944 en el muelle El Malecón, de Veracruz. Comenzó entonces la realización de un sueño de la infancia, emigrar algún día al país azteca, y al fin estaba en la tierra soñada.

Ha vivido setenta y seis años en un país que lo acogió con los brazos abierto, como hizo con todos los republicanos españoles que llegaron a sus costas. Un periodo de tiempo en el que vivió el crecimiento de la capital, dejando la huella de su trabajo en el desarrollo de aquella ciudad que, a día de hoy tiene una población estimada en cerca de veintidós millones de personas, casi la misma que tenía todo el país cuando llegó a él Antonio.

Sin embargo, a pesar de todo lo que le ha tocado vivir, ni el tiempo ni la distancia le impidieron recordar sus raíces y convertirse en testigo y, en cierto modo, notario de la memoria de un Santander ya desaparecido. Durante décadas estuvo a disposición de cuantos investigadores de la historia acudieron a él. En mi caso fue el maestro impresor Gonzalo Bedia, amigo suyo desde la infancia, quien me facilitó su contacto, un Antonio en el que descubrí una inmensa cantidad de recuerdos de aquellos primeros 17 años de su vida. Sin su colaboración no habría sido posible reconstruir la historia del Ateneo Popular de Santander ni recuperar su boletín, Cultura, cuya colección completa compartía con Gonzalo, y que gracias a la complicidad de las hijas de este último fue digitalizado, se hizo una edición facsímil y el original quedó depositado en la Biblioteca Nacional de España. Un Ateneo Popular en el que compartió estudios, entre otros, con José Hierro, Joaquín Bedia o Eulalio Ferrer, y fue uno de los creadores del boletín Cultura, ants citado, que fu creado por el Grupo Infantil Esperantista.

En 2005 estuvo en Santander por última vez. Una de las visitas que hicimos fue al Centro de Estudio Montañeses, que ocupa el último piso del edificio que hoy ocupa el Ateneo de Santander, pero que fue construido por el Ateneo Popular. La sede del CEM es el mismo espacio donde vivió su familia mientras él estaba en el frente. Allí nos esperaba el presidente, Leandro Valle. El encuentro entre ambos fue muy cordial, pero resultó especialmente simpático cuando, hablando, hablando, llegaron a su infancia —había menos de un año de diferencia entre ellos—, se dieron cuenta de que antes de su enfrentamiento en la Guerra Civil ya se habían encontrado en diferentes bandos durante las peleas de chavales entre barrios próximos.

El día 7 se han cumplido seis años desde que nos dejó Leandro y ahora, a nueve mil kilómetros de distancia, se ha ido Antonio poco a poco, con la discreción de quien vivió momentos históricos que supo retener y, de una manera muy personal, volcar en sus memorias Estamos de paso, que algún día deberían ser editadas.

 

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